Mientras que la palabra ciencia no aparece ni una sola vez en los planes de gobierno que compiten en la segunda vuelta del proceso electoral peruano, los gobernantes de los países vecinos del sur la tienen clara, en el discurso y en las decisiones políticas.
En el “Programa de gobierno para el cambio, el futuro y la esperanza, Chile 2010 – 2014”, de Sebastián Piñera, hay un capítulo titulado Desarrollo Científico y Tecnológico que empieza: “La innovación científica y tecnológica es fundamental para alcanzar el desarrollo”. Sin embargo, reconoce que “desgraciadamente en esas materias el país ha quedado atrás” y propone elevar la inversión en este sector “de 0,7% del PBI a 1,2% del PBI a fines del gobierno y sentar las bases para que pueda duplicarse nuevamente en los siguientes ocho años, alcanzando el 2,4% del PBI a finales del 2021”. La propuesta no se limita a un simple aumento de la inversión en ciencia y tecnología: sino más bien “busca perfeccionar la institucionalidad y el marco regulatorio del sector para estimular la creación científica y tecnológica, y acercar el mundo de la empresa a la investigación. Para eso se aumentarán los recursos públicos, se perfeccionarán los sistemas de evaluación y monitoreo, y se simplificará y potenciará el crédito tributario a la inversión privada en el área”. Asimismo, se plantea la construcción de redes nacionales e internacionales, con programas para inmigración de científicos al país y planes de colaboración global, como el Plan Chile-California, y el “fomento de la innovación donde se evaluarán y optimizarán los fondos públicos hoy dedicados a ella”.
El plan de Piñera apunta a “la eficiencia en el uso y la conservación de la energía, promoviendo el desarrollo de capacidades científicas y tecnológicas en esta materia”. Reconociendo que “la innovación, investigación y educación son esenciales para el desarrollo de nuestras capacidades científicas tecnológicas y productivas que conduzcan a un mayor crecimiento y a la creación de más y mejores empleos”, se propone “impulsar programas de educación e investigación en el ámbito de la energía, junto con potenciar alianzas internacionales en materias educacionales”. El objetivo tras eso es “usar la ciencia y la tecnología para satisfacer las necesidades energéticas de la población con mejores soluciones”.
En Argentina, una de las primeras medidas adoptadas por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue la creación del Ministerio de Ciencia e Innovación Productiva. A la cabeza de ese ministerio designó a Lino Barañao, un prestigioso biólogo molecular. Luego se anunció la creación en Buenos Aires de un polo científico-tecnológico que incorporaba las ciencias sociales y humanas, las ciencias biomédicas y biotecnológicas y las ciencias exactas y tecnológicas.
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