jueves, 6 de septiembre de 2012
La relación (no bien entendida) entre gestión del conocimiento e innovación
En nuestra reciente visita a la casilla de uno de nuestros correos que tenemos activos a pesar de estar siempre conectados a las redes sociales y con unas aplicaciones diseñadas para revisar nuestros blogs, nos ha llamado la atención uno en particular que escribe nuestro amigo Javier Martrtínez a quien lo conocímos en la Lima Espo e-learning 2012 :
hemos tomado prestado sú más reciente post que queremos compartirla con odos Uds.
¿Qué responderías si te pregunto cuál es el menor tiempo posible para construir un edificio de 30 pisos? Cualquiera que sea tu respuesta, me temo que en ningún caso se te ocurriría decir 15 días a no ser que conozcas la historia de este hotel y hayas visto el video. En este caso, una empresa introduce una innovación (tecnología y proceso de construcción novedosos) que le otorga una ventaja competitiva difícil de contrarrestar por sus competidores. Ahora bien, toda innovación es siempre un conocimiento, algo que tú o tu empresa han aprendido a hacer y que los demás todavía no saben o al menos no de la misma manera. Y esto quiere decir que dicha innovación solo será sostenible en el tiempo mientras otros no aprendan a hacerlo mejor que tú o encuentren una alternativa que lo sustituya.
Las personas tenemos modelos mentales y paradigmas muy arraigados sobre cómo funciona el mundo que son la base de nuestro comportamiento. Eso hace que, sin ser conscientes, en todo momento tengamos expectativas sobre lo que va a ocurrir. Hace mucho que aprendimos que todas las mañanas amanece, que estamos sometidos a la fuerza de gravedad o que el aire que respiramos contiene la suficiente cantidad de oxigeno para que podamos sobrevivir. Cuando el mundo es predecible, gestionar el conocimiento se convierte en la estrategia idónea para afrontar la realidad de manera eficiente. En un entorno estable, innovar no surge como una necesidad imperiosa. Sin embargo, ¿qué ocurriría si durante 1 mes no sale el sol? ¿o si de repente desaparece la fuerza de gravedad o disminuye la cantidad de oxigeno en el ambiente y aumenta la de hidrógeno? Lo que ocurriría es que nuestras expectativas saltarían hechas añicos y quedaríamos desconcertados. Inmediatamente después, nos daríamos cuenta que el conocimiento que tenemos, que resultaba muy útil para administrar el mundo que conocíamos, se demostraría inútil para la nueva realidad. Por tanto, no tendríamos más remedio que innovar, es decir, aprender lo suficiente para generar un nuevo conocimiento que nos permitiera afrontar el nuevo escenario. Toda innovación es un proceso de aprendizaje en el que obligatoriamente incrementas tu conocimiento sobre algún campo o disciplina en particular. Mientras la gestión del conocimiento se ocupa de lo que ya se sabe, la innovación se ocupa de lo que no sabemos todavía y está por descubrirse. Pero la innovación solo tiene lugar cuando gestionas el conocimiento que tienes y aprendes cosas nuevas. La dificultad radica en que la mayoría de organizaciones apenas son conscientes de lo que saben lo que dificulta su capacidad para innovar.
Como se plasma en este artículo, aunque las personas tenemos la sensación de vivir inmersos en el presente, lo cierto es que estamos continuamente saltando entre el futuro (pensando y planificando lo que nos espera) y el pasado (echando mano del conocimiento que tenemos y que en su momento aprendimos, para tomar la mejor decisión posible). Nuestra vida es una ida y vuelta permanente entre predecir lo que va a ocurrir y reutilizar lo que ya sabemos. Por esa razón es importante entender que aprender consiste en guardar experiencias para usarlas de nuevo cuando las volvamos a necesitar. Toda nuestra vida es un proceso de aprendizaje permanente.
De la misma manera, las organizaciones actuales viven inmersas en una esquizofrenia que las obliga a hacerse cargo de los retos del presente y simultáneamente anticipar los desafíos futuros. Aparentemente, se trata de una contradicción irreconciliable entre la gestión del conocimiento y la innovación:
El presente, abanderado por la gestión del conocimiento, insiste en “no reinventar la rueda”, o lo que es lo mismo, explotar las fortalezas, aprovechar al máximo el conocimiento que ya atesora la organización, evitar perderlo y disponibilizarlo a sus integrantes.
El futuro, liderado por la innovación, se empeña en que “reinventemos la rueda”, es decir, en encontrar nuevas maneras de trabajar y de satisfacer las necesidades de los usuarios con productos y servicios diferentes.
La innovación no es un sprint sino una carrera de fondo. Incubar ideas e innovar toma tiempo, algo que nadie quiere malgastar. Pero si la innovación no ofrece resultados, no significa nada. La gestión del conocimiento se enfoca en obtener resultados en el corto plazo y garantiza seguridad y predictibilidad. La innovación es una apuesta a medio/largo plazo y demanda un alto riesgo, gran inversión y la amenaza de cambios radicales. Innovar es sinónimo de cambio y cambiar es algo que tanto el ser humano como las organizaciones resisten por naturaleza. ¿Cómo sobreviven las empresas en medio de esta tensión? Curiosamente, algunas de las iniciativas de gestión del conocimiento más fascinantes están lideradas por las áreas de innovación de las empresas que se preocupan de recolectar los nuevos aprendizajes que ocurren diariamente. La razón es muy simple: no es posible innovar sin gestionar el conocimiento. Una organización inteligente gestiona ambos frentes: explota lo que sabe e incorpora lo que no sabe y para ello necesita tener claridad sobre lo que ya sabe (pasado) y también sobre lo que necesita aprender (futuro).
Hace años que la innovación está de moda. Resulta imposible encontrar a alguien suficientemente suicida como para atreverse a criticarla. Sin embargo, es mucho más fácil hablar que actuar: poquísimas organizaciones están dispuestas a tomar las medidas necesarias para que la innovación ocurra. Entonces, ¿quién sabe de verdad de innovación? La respuesta es sencilla: Aquellos que hayan innovado. Solo puedes enseñar aquello que sabes hacer.
Innovar tiene que ver con aprender a hacer las cosas de otra manera o hacer cosas que no se han hecho antes. Sin embargo, el diccionario de la Real Academia define innovar con estas 2 acepciones: 1 Mudar o alterar algo, introduciendo novedades y 2.Volver algo a su anterior estado. Llama la atención que en ambos casos se refiera a algo que ya existe.
¿Por qué innovar? “En un mundo en constante movimiento, el que se queda en el mismo lugar retrocede” Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll). No hay ninguna garantía de que lo que hoy te hace exitoso, mañana siga vigente. No sirve hacer siempre lo mismo ya que el tiempo es el máximo innovador y el caso de Kodak es solo uno de los ejemplos más notorios. La velocidad a la que suceden los cambios y la caducidad del conocimiento obliga asumir que innovar no es una opción.
¿Siempre hay que innovar? Yo creo que más bien, siempre hay que estar pensando en innovar. Como bien dice una vieja ley del futbol, “equipo que gana no se toca”. Es fundamental conocer las ventajas competitivas de tu negocio, mantenerlas, explotarlas y no ponerlas en riesgo porque al fin y al cabo son el motivo por el que tus clientes confían en tu empresa. Pero eso no impide que simultáneamente a explotar dichas fortalezas, estemos siempre pensando en innovar y explorar nuevas rutas para anticiparnos a lo que vendrá.
¿Cómo se innova? La innovación empieza por uno mismo, lo que quiere decir que innovan las personas y no las organizaciones. El problema no es tanto innovar sino aceptar el impacto que causa la innovación: amenaza con cambiar el status quo, pone en duda los paradigmas imperantes e introduce un alto grado de tensión porque obliga a admitir la incertidumbre, no temer al fracaso y ser capaz de convivir con un cierto grado de descontrol. No es lo mismo una organización que innova que una organización innovadora. Los componentes del proceso de innovación son los mismos que el proceso de aprendizaje porque de hecho, toda innovación es un proceso de aprendizaje. Revisémoslos:
1. El conocimiento previo: “Los ojos no ven nada más que aquello que conocen” Con esta frase comienza un artículo acerca de la investigación de 2 niños desaparecidos que lleva días acaparando portadas en los periódicos españoles. Hoy, tu vida depende del conocimiento que tienes y por mucho que quieras, imagines ó sueñes, no puedes hacer aquello para lo que no tienes el conocimiento necesario. La gestión del conocimiento se basa en reutilizar lo que ya sabemos. Sin embargo, la innovación solo es factible en aquellos ámbitos en los que tienes conocimiento previo suficiente. Yo no puedo innovar en el área del tratamiento del cáncer porque carezco de conocimiento al respecto. Por tanto, el primer requisito es conocer con precisión de qué conocimiento dispones tanto tú como tu organización. La innovación siempre se nutre del conocimiento.
2. Dudas: “Si una idea no es absurda al principio, entonces no merece la pena” Albert Einstein. Haríamos bien en reconocer que hemos sido educados para creer en lo que nos cuentan y no ponerlo en duda y menos para pensar críticamente. Nuestra curiosidad innata de la infancia va mermando a través de los años a una actitud menos imaginativa, más complaciente y menos desafiante. El sistema educativo desprecia la innovación y nos preparó concienzudamente para ser eficientes y rentabilizar lo que tenemos pero jamás para cambiarlo. La gestión del conocimiento trata de reducir las dudas al mínimo suministrándote siempre el conocimiento más adecuado a partir de aquello que anteriormente dio buenos resultados. Innovar, por el contrario, exige estar dispuesto a cuestionar y poner en solfa todas esas certezas aprendidas, sobre todo las que nos hicieron exitosos. Para innovar, es imprescindible atreverse a pensar absurdamente, a romper las reglas y adentrarse en lo desconocido, a no dar nada por sentado, a no conformarse y ser descabellado. Los innovadores suelen ser obsesivos. ¿Qué pasaría si los alumnos pusieran en cuestión lo que se les enseña en el colegio y la forma en que dicho proceso tiene lugar? No es de extrañar que a las organizaciones les resulte tan complicado abrazar la innovación.
3. Las preguntas: “No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso” Albert Einstein. Lo habitual es que las dudas desemboquen en preguntas. Mientras las respuestas tienen validez por un tiempo determinado (hasta que se demuestra que son falsas o ya no sirven), las preguntas no caducan. Cada vez que vas a hacer una tarea, la gestión del conocimiento se pregunta si existe conocimiento disponible en la organización sobre cómo realizarla con el fin de proveértelo. La innovación siempre explota a partir de una pregunta irresistible que no te deja más escapatoria que encontrar una solución. Para innovar hay que ser curioso y ser capaz de detectar anomalías, es decir, oportunidades, problemas no resueltos que son importantes para alguien. Para ello, la habilidad principal es la capacidad de hacerse las preguntas adecuadas. Hay 2 preguntas imprescindibles que todo innovador se formula: ¿Por qué las cosas son como son? y ¿Por qué no pueden ser de otra manera? Los niños se hacen persistentemente una pregunta fundamental que les impulsa a actuar: ¿Qué pasa si…?. Las preguntas abren puertas y las respuestas las cierran. Tenemos un grave hándicap en este punto ya que el sistema educativo jamás se ha preocupado de desarrollar en los jóvenes la habilidad de hacer y hacerse buenas preguntas sino que por el contrario, está lleno de respuestas a preguntas que los niños nunca se hacen. Dado que hay respuestas correctas, el colegio te premia cuando entregas dichas respuestas y nunca por las preguntas que propones. Es mucho más fácil, y menos peligroso, memorizar respuestas que incomodar con preguntas. Existe una pregunta que resulta esencial en toda organización tanto para la gestión del conocimiento como para la innovación: ¿Qué sabemos hacer bien?". La formulación de un problema es más importante que su solución” Albert Einstein.
4. Aprender:“Cualquier hombre que lee mucho y emplea poco su cerebro, cae en hábitos perezosos de pensamiento” Albert Einstein. Para aprender no hace falta estudiar sino pensar. No necesitamos gente que estudie, necesitamos gente que piense. Pensar exige analizar las cosas, cuestionarlas, investigar nuevas soluciones. Estudiar significa memorizar algo (aunque no lo entiendas ni te interese), con el único objetivo de repetirlo en un examen y, ojala, aprobar. La gestión del conocimiento se sustenta sobre lo que la organización ya aprendió y también sobre lo que continúa aprendiendo a diario. La innovación es un proceso de aprendizaje cuyo fin es crear nuevo conocimiento y exige aprender a hacer las cosas de otra manera. Es posible distinguir 2 procesos de aprendizaje: uno en el que aprendes cosas que el mundo ya sabe (aprendes de otras personas que te enseñan o por tu cuenta) y otro en el que aprendes cosas que no existían, que es el de la innovación. Si en el primer caso, es imprescindible que exista motivación, en el segundo se requiere además imaginación, ser creativo, inventar, descubrir posibilidades, formular hipótesis y comprobarlas hasta dar con la respuesta satisfactoria. Para pensar, hay que preparar al cerebro de forma muy distinta a cómo lo hacen nuestras escuelas y universidades. ¿Cómo pretendemos tener innovadores si educamos para obedecer instrucciones y estudiar? Innovar exige pensar por ti mismo y no memorizar ni repetir lo que otros te dicen. El verdadero aprendizaje requiere práctica, error, reflexión y asimilación. Hasta que no hago, no sé, Si no haces, no aprendes. “ Lo único que interfiere con mi aprendizaje es mi educación ” Albert Einstein.
5. La actitud:“En deportes de combate, un luchador acepta perder por falta de habilidad o fuerza pero en lo más profundo de su alma sombría, se jura que nunca caerá por falta de corazón” Arthur Conan Doyle. Si bien el conocimiento es el factor primordial que explica el desempeño tanto de personas como organizaciones, no es el único. El otro factor relevante es la actitud. La gestión del conocimiento solo es factible si individuos y equipos suscriben unánimemente esta máxima: ¿Cómo, lo que yo sé, puede ser útil a otros integrantes de mi empresa y cómo puedo aprender de la experiencia de otros? Igualmente, innovar es una actitud, una forma de estar en el mundo pendiente siempre de cualquier oportunidad para mejorar. Podemos distinguir 2 círculos en relación a la actitud: el externo formado por el contexto que te rodea y te influye, te facilita las cosas y te potencia o, al contrario, te las dificulta y te coarta. Si trabajas para una organización, en algún momento estableciste un contrato tácito que especifica lo qué te comprometes a entregar y lo qué esperas recibir y al mismo tiempo, lo que te entrega tu empresa y qué espera de ti. El otro círculo es el interno, el que indica qué estoy dispuesto a hacer y eso depende de 3 factores; 1. En que cosas tengo talento (en que soy bueno), 2. Qué cosas me apasionan (si no tienes fuego, rápidamente te apagas) y 3. En qué ámbitos existen oportunidades, donde puedo destacar y lograr reconocimiento o generar impacto. Cuando se dan estas 3 condiciones, la actitud se dispara. Eres más feliz si eres productivo y eres más productivo si eres feliz. Ahora bien, eres bueno en aquello a lo que has dedicado mucho tiempo (posiblemente porque te gustaba). Eso significa que podrías ser bueno en muchas otras cosas si sigues el mismo proceso de aprendizaje, practicas recurrentemente y les dedicas tiempo. De la misma manera, sientes pasión por determinadas cosas porque las tuviste a tu alcance pero podrías llegar a apasionarte por un gran número de cosas que desconoces y que aparentemente rechazas simplemente porque no las has probado ni vivido. La actitud es una experiencia y también se aprende. Una vez le preguntaron a Einstein cuál era la diferencia entre él y la persona normal. Einstein dijo que si le preguntas a la persona normal que encuentre una aguja en el pajar, la persona se detiene cuando encuentra una aguja. El, sin embargo pondría patas arriba todo el pajar en busca de todas las agujas posibles. Dejamos de ser creativos cuando la educación formal nos coloca un sistema de control en el cerebro. Necesitamos apagar al censor que todos llevamos dentro.
6. El error: “Cualquiera que nunca ha cometido un error, nunca ha intentado nada nuevo” Albert Einstein. Mientras el propósito de la gestión del conocimiento es evitar cometer 2 veces el mismo error, la innovaciónes un camino arriesgado e incierto donde sabes cómo empieza pero nunca existe certeza acerca de donde llegará. Innovar implica estar dispuesto a fallar, asumirlo sin derrumbarse y hacer gestión del fracaso. La innovación es impredecible y si de algo se puede estar seguro es de que durante ese camino encontrarás más errores que éxitos. Los científicos reconocen que el error es posiblemente la herramienta más importante con que contamos para progresar. Sin embargo, nunca nos enseñaron a perder . El sistema educativo está diseñado para castigar el error como algo vergonzoso y discriminar a quienes se equivocan. Crecimos tratando por todos los medios de no fallar. El mensaje es claro: sigue las normas, responde lo correcto y todo irá bien. El resultado es tremendamente dañino, no tanto por el impacto del error sino por algo mucho peor: instalamos en nuestros hijos el temor a fallar y les enseñamos a tener miedo de intentarlo. El miedo es aprendido (los bebés no tienen miedo de nada). Aunque el error es el elemento más importante para el aprendizaje, el miedo a equivocarse suele ganar la partida. La mayoría de organizaciones y directivos son poco permisivos con el error. En un entorno de miedo al fracaso, donde temo las consecuencias de mis acciones, es muy difícil que florezca la innovación porque las personas priorizan su seguridad. Felizmente, existen empresas que premian el error y otras que publican sus informes anuales de errores, En la vida no hay fracasos, solo resultados. Si no obtienes lo que buscabas, revísalo, aprende de la experiencia y la próxima vez hazlo mejor. Lo único que separa a una persona de su sueño es el miedo al fracaso. Se trata de ser inteligente y, dado que una vez cometido el error ya no es posible borrarlo, lo lógico es aprovechar la oportunidad para aprender. El error es un paso ineludible de cara al éxito. Para que una flecha acierte en la diana, otras 100 anteriormente erraron. Si hoy tenemos pocos innovadores en nuestras empresas es porque sistemáticamente en los colegios reprimimos el instinto innovador. Algo tendremos que cambiar. La innovación hay que entrenarla, el miedo se vence practicando.
7. La colaboración: La gestión del conocimiento se basa en la colaboración, en sumar experiencias y conectar mentes (nadie sabe más que todo el mundo). Para innovar, rara vez empiezas desde cero sino que tomas prestados conocimientos de quienes bregaron antes que tú. Y como nadie trabaja solo (hoy contamos cada vez con más herramientas para colaborar), casi siempre combinas tu conocimiento con el de otros para alumbrar nuevo conocimiento. No olvidemos que se aprende más de los que opinan distinto de ti. Existe evidencia que confirma que los seres humanos somos colaborativos pero el diseño que realizamos del proceso educativo (donde los niños compiten entre si y son evaluados individualmente) y de nuestras empresas (donde se selecciona y recompensa siguiendo los mismos criterios) atentan contra ello. Aunque el sistema democrático por el que se rigen la mayoría de nuestras sociedades está inspirado en el principio de la colaboración, no estamos educando para colaborar aunque naturalmente estemos diseñados para ello. Las empresas (especialmente las grandes) no suelen ofrecer las mejores condiciones para innovar ya que visten a sus empleados con una camisa de fuerza: les pagan para mantener la rentabilidad y actuar acorde a los procedimientos establecidos para hacer las cosas. Los métodos tradicionales de gestión no sirven para gestionar el conocimiento e innovar.
Gestión del conocimiento e innovación están unidos por un sólido cordón umbilical entre ambas disciplinas. No es lo mismo saber hacer que saber crear, ambos son conocimientos pero muy distintos. Crear es pensar algo nuevo, innovar es hacer algo nuevo. ¿Cómo vas a innovar si no gestionas el conocimiento?
En septiembre, abordaremos estos temas en sendas conferencias que impartiremos el viernes 13 en el seminario Transformando Culturas en Cartagena de Indias organizado por LADS y el 17 en las Jornadas de Actualización Empresaria en Buenos Aires organizado por el Centro de Capacitación & Empresa.
Igualmente, a partir de octubre, dictaremos el curso virtual Cómo implementar una estrategia de Gestión del Conocimiento y Aprendizaje en las organizaciones mediante Aefol Formación.
Fuente Catenaria - Gestión del Conocimiento
Entrevista a Javier Martínez AQUI AQUI
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